Casi no queda oficialismo, por Eduardo Aliverti

Según parece, ya no hay coucheo que valga.
El discurso de Macri del jueves, en el Centro Cultural Kirchner, frente a tropa adicta,
fue otra vez el de un hombre falsamente enfervorizado que sobre el final se rindió a sí
mismo convocando a tener fuerza. Su pequeño problema, percibido de inmediato, fue
nada menos que ese cierre. Se quedó sin aquello a lo que convocaba. Sin fuerza.

Hasta los colegas más rabiosos del oficialismo repararon en que, al revés de todas las
oportunidades anteriores en idéntica escenografía con el gabinete ampliado, no habló
nadie. Sólo Macri. Fue una confesión de partes implícita. Nadie estaba dispuesto a
mostrar enjundia ni entusiasmo moderado. De hecho, ¿por qué el Presidente no ratificó
su candidatura? ¿Acaso porque él mismo duda de ella, como circula en voz todavía
reservada pero más expuesta dentro de los mentideros cambiemitas?

A la precipitación de pésimas noticias económicas, que en estos días sumó las cifras
de desempleo, subocupación e indigencia junto con renovadas sacudidas del dólar, se
agregaron derivaciones del affaire de espionaje paraoficial. Al Gobierno se le va de
cauce. Hay repercusión internacional; la Cámara marplatense ratificó a Alejo Ramos
Padilla; la Corte lanzó gestos adversos a la insólita movida macrista de apartar al juez,
no precisamente porque les sobren escrúpulos sino por no poder creerse la falta de
muñeca política. Y la calle se mostró en defensa del magistrado de Dolores, en número
imprevisto.

¿Cómo se llegó hasta aquí, desde aquel inicio en que el fiscal Stornelli aseguró que
no conocía Marcelo D’Alessio? Más que ese interrogante, sin embargo, se eleva el de
dónde termina esto si el Gobierno no logra desactivar la bomba. Cada día que pasa le
será más difícil, porque ya desde su propia familia judicial quieren despegarse.

La perla de la semana, con todo, estuvo a cargo de la Mesa de Enlace agropecuaria.
Sus dirigentes, los mismos que en 2008 paralizaron el país e indujeron un golpe
institucional debido a la política de retenciones del kirchnerismo, acordaron ahora salir
con los tapones de punta, en bloque y mediante frases impensadas.

¿Alguien supuso que llegaría a escuchar nada menos que a Mario Llambías, ex
presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), decir que si el Gobierno no

cambia “esto va a reventar y será un desastre”? ¿Y a Hugo Biolcatti, ex líder de la
Sociedad Rural, afirmando que Macri los toma para la joda? Al secretario del área que
era ministro lo pusieron ellos, todos ellos. Pero Luis Etchevehere anda hoy de mutis por
el foro y a los gritos privados contra Guido Sandleris, titular del Banco Central, por unas
tasas de interés monstruosas que pulverizan a las economías regionales y endeudan a
los productores hasta límites desconocidos. Con lo cual también pudo escucharse a
Eduardo Buzzi, otro ex pero de la Federación Agraria, recordar que fue Cristina quien
creó el ministerio de Agricultura, degradado por Macri a secretaría. Cosas veredes.

La reacción inmediata, naturalmente, es entre el enojo y la furia. ¿Qué otra cosa
podría caber frente a este sollozo estentóreo de aquellos que desataron una agresión
patronal violenta, tan republicanos ellos, contra lo que apenas tocaba unas cuentas que
nunca dejaron de engordar durante los gobiernos de Néstor y Cristina?
Después de eso, otra obviedad que, de sólo mencionarla, da un poco de vergüenza.

Pero por las dudas, y sin perder de vista que “el campo” no es únicamente esta
agrocracia hoy mudada a la sensibilidad productiva: las críticas son por derecha. El
motivo casi excluyente de la inquietud es que sus amigos cambiemitas les
reintrodujeron una pizca de impuestos, porque el Gobierno desfinanció al Estado de
manera feroz y porque, entonces, el fisco debe rascar dólares para repagar su (nuestro)
colosal endeudamiento aun con los (sus) fiesteros más emblemáticos.

Por último, hay a un lado lo emotivo y, a otro, la construcción y constataciones
políticas. De igual modo en que la oposición debe salir a la búsqueda de indiferentes e
indecisos que votaron a Macri sin enojarse con ellos, el descontento manifiesto del
establishment -que impulsa el operativo Lavagna- tiene que apreciarse en su rango
demostrativo. El enfado, la cólera y sus intermedios, contra quienes impulsaron o
apoyaron a uno de los peores cambios de la historia argentina, no tiene que interceder
contra la frialdad analítica.
Inodoro Py está en llamas. Los grandes empresarios de la patria contratista sienten
que el entramado de Embajada y submundo de inteligencia les soltó la mano. Los
radicales, en porción creciente, no encuentran lugar para esconderse. Las derivaciones
del Extornelligate, a pesar de las dudas sobre su interés masivo, no sólo amenazan con
la caída de la causa de las fotocopias sino que la alarma en el macrismo llega hasta cuál
futuro penal le espera si debe irse. Los industriales ni siquiera se privan de alzar el tono,
que en reserva alcanza groserías contra, así dicen, este inútil que gobierna. Y ahora, la
destemplanza de “el campo” echó los fideos.

Podría señalarse que casi no queda oficialismo, si es por el planeta institucionalcorporativo. Sólo el sector financiero. Sí permanece el odio del gorilaje ancestral y el
muro mediático que protege a Casa Rosada, pero también con fisuras que no se le
escapan a nadie con mínima percepción política. Uno de los medios hegemónicos viene
descubriendo que la inflación pega duro, que el apoyo de Estados Unidos y el FMI no
estaría asegurando nada, que con estas tasas de interés no se puede vivir, que el mapa
de la desocupación pinta terrible. Otro, ya con firma de editorialistas principales,
advierte que la putrefacción en la familia judicial-gubernativa se pone complicada.

No es moralina. Es susto, y mejor fugar para delante. Cuando no da para más, hablan de
Venezuela.
La novedad, porque los artilugios se terminan y lo de Macri iracundo no surte efecto
salvo -se supone- en el núcleo duro, es lanzar a Heidi para cazar desencantados. No
está mal, como último recurso provisorio. De vuelta: es la resignación mejorada. En
términos de imagen individual, la gobernadora todavía resulta atractiva y, además o
ante todo, algo debe hacer porque la probabilidad de perder La Provincia es muy
grande.

Cristina seguirá articulando por lo bajo y no tiene apuro en comunicar su decisión.
¿Por qué habría de tenerlo? ¿Qué regla de urgencia la compelería, en lugar de esperar a
que decante la interna del peronismo y juzgar y jugar lo que más conviene? En todo
caso, mientras sobrelleva lo que ocurra en su fuero íntimo por la persecución judicial,
importa cómo esté elaborando una propuesta superadora.

Qué bien estábamos cuando estábamos mal es la emoción de bronca y nostalgia. Con
eso no se gana, o se correría el riesgo de perder. Se gana con una propuesta de futuro.
Mañana se cumplen 43 años del golpe y habrá muchísima gente en la Plaza. Cabe
aguardar una jornada inolvidable. Esa parte significativa de la sociedad tiene muy
presente que esto no es la dictadura. Pero la matriz económica del golpe es igual a la
del macrismo, en su estructura de pulverización del aparato productivo, en sus
beneficiados, en sus timberos insaciables, en la pérdida de toda soberanía.

En ese aspecto, la historia no cambió. Ya deberíamos haberlo aprendido. Quienes sí
lo saben, mañana darán otra lección incansable.

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